CUESTIONES DE INTER-PIEL
Si la ciudad está llena de espectaculares con Gabriel Soto y enamorada, luciendo piel bronceada y libre de todo vello superfluo, por algo será.
Dicen los editores de esta revista que someterse al tratamiento de depilación láser es lo de hoy. Pero obtener la cita no fue nada fácil. Después de pagar los 3,000 pesos a varios meses sin intereses, abrieron una agenda en la que me encontraron 15 minutos dentro de los próximos 45 días. Antes de retirarme, una señorita muy formal me recordó:
—No depiles la zona, rasura todo el vello y… —acotó con malicia— sólo deja la forma que desees que quede.
El día acordado desperté muy temprano para, espejo en mano, decidir “la forma”. No resultó fácil, es una de esas decisiones cruciales que pueden cambiar el rumbo de tu vida. Era tal el nervio que llegué 20 minutos antes a la cita en la esquina de Tamaulipas y Juan Escutia en la Condesa.
Parada frente a mi reflejo en la entrada del lugar de moda de la depilación, supuse que la colonia entera se preguntaba qué parte del cuerpo estaba a punto de transformar. «¿Pero qué necesidad?», habría dicho mi abuela.
—¿Qué le vamos a hacer? —me preguntó la señorita del mostrador.
Estoy segura que la rubia en el otro sillón reía escondida tras una revista y que el único caballero presente hacía como que no oía, presa del pánico de que todas las presentes nos hiciéramos la misma pregunta sobre él.
Armada de valor, seguí a mi guía hasta el “consultorio”. No medía más de dos por dos, paredes frías, luces blancas, un espejo de pared a pared, una máquina del demonio y una camilla. Antes de cerrar la puerta, la mujercita me entregó un misterioso paquetito.
—Avísame cuando estés lista —dijo con tono de rutina.
Respiré profundo y abrí el envoltorio como si fuera una bomba de tiempo. Era una diminuta tanga desechable. Me quité la ropa y me puse la prenda que, gracias a la falta de lycra, me hacía ver como luchador de sumo mal fajado. Las luces blancas tampoco ayudaban: se veía hasta la más pequeña vena verde-azulosa de mis muslos.
Ahí estaba yo, acostada en la camilla, semidesnuda, cero sensual y a merced de quiensabequién. 30 segundos después llegó la señorita armada de guantes, tapabocas y bata como a punto de desinfectar una zona de alto riesgo epidémico. ¿Pero por qué parecía que estaban a punto de hacerme una intervención quirúrgica?
Por si fuera poco, me entregó unos gogles muy oscuros. ¿Y si me estaban filmando para una de esas pelis snuff y yo ni en cuenta? Obvio que era una incoherencia producto de mis nervios, pero tampoco podía dejar de pensar en la señorita que —imaginé— me miraba a la entrepierna con el ceño fruncido.
—¿Que le vamos a hacer? —repitió por enésima vez.
—Lalineadelbikini-medioabdomen-y-entrepierna… y ¡auch! —me interrumpió el primer impacto fulminante, en el ombligo.
Vi un destello brillante, oí un choque eléctrico y sentí un dolor profundo que desapareció en dos segundos y luego… olí a pelo quemado.
La sensación no era agradable. La señorita continuaba su labor criminal sin darme tregua para lanzar gritos desaforados. Con destreza fue calcinando todo el vello en ombligo, ingle, muslo, pubis… «Duele», iba yo a susurrar cuando recordé que si tienen la agenda llena de los próximos meses de 8 AM a 8 PM, será porque hay una proliferación de valientes en la ciudad. Yo no me iba a rajar.
—Abra un poco las piernas.
…O tal vez sí.
—Sepárelas.
Y bueno, aquí vamos…
—Hágame un cuatro.
Ni borracha hago yo estas cosas.
—¿Le vamos a hacer el bikini por detrás?
Silencio.
—¿Quiere el bikini por detrás? —repitió.
Más silencio. ¿Qué demonios era “bikini por detrás”?
—Eh, mmm… este… no sé…
Supongo que al ver que yo no movía ni un músculo, me preguntó ya con ligero enfado:
—¿Hasta donde se rasuró?
—Obvio… ¡Hasta donde alcancé!
—Mmm, okay… Voltéese.
Qué buen chiste. Seguramente la señorita sabía esto de la conejita de indias y me estaba poniendo a prueba…
—Eh, no, ¿eh?… ¿Voltearme? —dije.
—Sí… le manejamos lo que es el interglúteo.
No sabía si reír o llorar. Ése sí que era un descubrimiento: ¡el “interglúteo”! Y no, no bromeaba.
Boca abajo, a cuatro patas, me pregunté por qué demonios estaba permitiendo que una mujer, guante y pistola en mano, me estuviera tocando el trasero. Un ruido estremecedor y sentí una quemadura en lo más recóndito.
—¡Aaauuch!
No me dio tiempo de decir más
—Listo, mil gracias. Póngase crema y la espero afuera para darle su próxima cita.
Tras oír cerrarse la puerta, me quité los gogles, me levanté despacito y me miré al espejo. ¡Que cosa! Treinta y tantos años de ceras calientes, químicos aterradores y pincitas torturantes y en 15 —dolorosos— minutos tenía el aspecto de una gloriosa estrella porno.
Bridget Jo ahora utiliza el sufijo “inter-“ para todo: «Estoy inter-esada en las inter-relaciones inter-nacionales de inter-curso», dice, por si alguien se apunta.